29 de julio de 2009


Sé que el pecado fue no comer la manzana. Y que nada es eterno, salvo que tú me ames. Que los únicos dioses tienen carne de hombre y la única conquista es la de tu mirada. Y me paso los días recordando tu cuerpo, escuchando tus pasos, por todas las aceras de todas las ciudades, o te espero despierta en las noches de frío. Volveremos a vernos, me dijiste. Pero el mundo es demasiado ancho cuando se espera a alguien. Te amaré para siempre, susurraste. Pero eterno es la lenta caricia de unos labios fugaces. Sin embargo, me gusta que me traigas la eternidad del agua en tu boca y tu risa cuando morías conmigo. Por eso, todo eso te quisiera dormido entre mis brazos y sentir en el calambre del hombro esa dulce presión de tu cabeza. Tu amor y la rutina de estar juntos. Porque no sé si me quieres y te quiero. Porque ya no hay teléfonos que suenen sobresaltando noches ni palabras de amor tan cursis y tan bellas como las que tú me jurabas cada instante. Porque el amor no fue lo que creímos y las noches de pasión fueron dos cuerpos, sudorosos y hambrientos en la cama, cansados de luchar contra los vientos. Hay gente que se ama para siempre. O eso dicen. Pero el tiempo es un pájaro sin alas y es difícil que vuele más allá de una palabra. O de un mordisco dulcísimo en tus labios. Todo se rompe, en fin, cuando me dices: “La vida es el cuaderno donde anoto el instante feliz de los encuentros. Cuando lloras después de haberme amado”. La esperanza de verte o recordarme esa vida pendiente entre tus dedos. Las caricias del agua. Y el mordisco del lobo del olvido en mi garganta. Esta dulce amargura de los lunes, esta tristeza suave en todo y nada, la relación de causas y de ausencias, el olvido dormido entre tu pecho. Allí no había relojes que marcaran el tiempo. No corría la vida entre sus brazos. Se besaban con prisa, con el último aliento de los seres que sienten que la muerte no existe. Cuidate del dolor y los amores. Vienen juntos y no hay quien los separe. Se arrastran por la vida y acuchillan las noches y las almas. Nunca hay vino capaz de diluirlos en olvido.